martes, 31 de julio de 2012

EL ULTIMO DÍA DE VERANO


El último día de verano nunca se sintió tan frio…

Todo aquello que fue cálido, hasta la cosa más mínima pareció perder su armonía, ¡todo! Toda huella y telaraña existente se desvaneció y murió, dejando un gris absoluto en lo profundo del sótano de mis entrañas, falleció mi cálido ambiente de mentira mañanera. Falleció mi corazón mientras Margarita se iba de la casa…

Margarita, mi soñadora esposa me abandona sin dolor en el alma, me deja por otro más joven, un Universitario de veinte quien le promete rejuvenecer su cuerpo y de a pocos las ganas de vivir la vida, me grita “¡Viejo! ¡Cascarrabias!” y yo con lagrimas ocultas le grito “¡No te vayas!” (Supiera ella que en esas maletas empaco mi vida, mis sueños, y mi corazón latente de sus besos), ella tan bella como ninguna, recoge su cabello y tira la puerta contra este cuerpo desvalido de razones.

Hace unos meses empecé a sentirla lejana, y no lejana de que no me respira en la nuca cada mañana, no no no! Eso es lo de menos! Lejana en sus ojos enamorados, lejana de mi horizontal cuerpo y mis ganas absurdas de hacerle el amor tal vez sin amor (¡Soy un idiota!). Creí  tenerla, me aferre completamente a la idea de que ella me pertenecía, su suculento cuerpo, su tan mío corazón, su sangre, sus pensamientos, su aire, ¡su todo! Su todo tan perdido y por mi encontrado. Ancle en su mar  y arroje al infierno el mapa de su silueta, elimine cualquier rastro, encargándome personalmente de que nadie, ningún maldito hombre la mirara de reojo como queriendo anclar también en mi mar de embrujos y misterios personales. Llevo 30 años degollando cabos, alejándola del mundo pecaminoso que quizá la desee en una de sus revistas eróticas que solo rellenan fantasías de hombres marineros que no supieron navegar.

Hace unos meses empecé a sentirla vacía, pero en mi egoísmo innato ignore las señales, creyéndome dueño del mundo, jugando al omnipotente con mi tan adorada mujer, Margarita  quien entonaba canciones cada noche, Margarita mi maravillosa Margarita, ya no me amaba, me lo decía a gritos con sus ojos rencorosos y yo le ponía lentes oscuros para disfrazarla ¡Perdón Margara! Jamás quise ocultar tu esencia, tan solo no  quería que otro descubriera mi oasis de curvas y palabritas de colores.

Hoy no se qué hacer. Luego de tantos veranos tan cálidos junto a ella siento este ultimo día se colma de invierno, de nieve, de lluvia, me siento al borde de una hipotermia, me siento débil, vulnerable, me siento nada en este inmenso todo que ella logro crear con su presencia. No sé, quiero retroceder en el tiempo y ser de nuevo ese veinteañero que la hizo sentir siempre joven, no sé si quiero retroceder a ese tiempo en que Margarita y yo éramos de lo imperfecto lo más sublime, no sé cuantos años atrás debería regresar para tomarla de la mano o tal vez no sé si quiero ir adelante en el tiempo y saber si de nuevo la volveré a encontrar, quizá unos meses, unos años luego, ella y yo con amor nos miremos a los ojos, en ese café escondido en donde la gente no se detenía a criticar, ese café en donde hablamos por años rasgándonos la piel, ese café quizá sería el punto de nuestro nuevo encuentro. No sé si retroceder o avanzar, no sé si quiera vivir pensando en ella, pensándola lejos en su ausencia tan villana, tan asesina.

Piénsenme como un hombre abandonado, sentado en este rincón de la casa, escribiendo esto para ella, para mí, para todos los que pregunten por nosotros, piénsenme como un hombre lleno de amor y de odio, lleno de irá y nostalgia, piénsenme como un hombre común, de esos a los que nunca se les pasa por la cabeza perder su compañera de vida, piénsenme hombre de costumbres, piénsenme muerto en ellas, con ganas de caer inerte en este mar sin ancla, déjenme a la deriva de este sueño, pues ella ya no está conmigo.

El último día de verano nunca se sintió tan frio, mi pecho siente de golpe la soledad y es así como comprendo que el verano era verano porque Margara me abrazaba y era en ese abrazo donde jamás sería invierno.

Déjenme aquí tranquilo, disfrazando con ropa el dolor que me quedo, déjenme aquí sin ella pues se que en su corazón también fui un poco de su verano, se que volverá, se que de a pocos, un poco más lento, ella siente este día como el primero de su invierno. Desde hoy, desde su partida, los dos nos sumergimos en la fría despedida que jamás nos diremos.

Alejandra Piko.

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